Algunas de las personas que acompaño llegan a terapia buscando resolver sus problemas relacionales; conflictos de pareja, familia, amig@s… Otras llegan con un tremendo malestar general; una sensación de vacío, desmotivación, ansiedad… A otras no les pasa nada, aparentemente todo está bien y buscan conocerse más en profundidad. Otras viven una montaña rusa emocional y quieren encontrar la estabilidad…
Los motivos para iniciar un proceso terapéutico son tantos cómo personas hay en el mundo. Y aunque cada motivo para iniciar un proceso terapéutico sea diferente, a menudo, muchas de las personas que acompaño tienen un conflicto en común de fondo; la dificultad a la intimidad.
La dificultad de abrirse
¿Has pensado alguna vez cuánta intimidad hay en tus relaciones personales? ¿Te compartes con facilidad o tiendes a protegerte en demasía? ¿Para qué crees que te proteges? ¿Quizás crees que l@s demás no aceptarán ciertas partes de ti? Partes que etiquetas de oscuras, vergonzosas, asquerosas, raras, desagradables… Partes que piensas que nadie podrá tolerar.
¿O quizás te dices que si te muestras tal y como eres se aprovecharán de ti? ¿Te invade un miedo irracional cuando te imaginas mostrándote delante de tus familiares más cercanos y tus amig@s? ¿Algo te dice en tu interior que si te muestras tal y como eres te abandonarán, se irán de tu vida o se reirán de ti?
¿Te resuena algo de esto?
Como cita el psiquiatra Irvin D. Yalom, en su libro El Don de la Terapia: “El acto de abrirse por completo al otro y seguir siendo aceptado puede ser el vehículo más importante de la ayuda terapéutica”. Es muy transformador ser aceptad@ por otra persona sin ningún tipo de “pero” ni condición.
Durante las sesiones de terapia, me fascina observar como las personas se van desplegando y van cogiendo, de a poquito, más confianza. Más confianza en mí y también más confianza en ell@s mism@s. Creo que la confianza es fundamental para poder compartirnos desde lo íntimo. Yo confío en todos los recursos que ya tienen todas y cada una de las personas que acompaño y les apoyo en su caminar.
Durante el camino me comparto, también me muestro, transparento mi sentir, me dejo tocar por lo que va ocurriendo en las sesiones y muchas veces lo expongo. Y así es como nos vamos abriendo a la intimidad. Ell@s (client@s), un día u otro, muchas veces cuando menos me lo espero, acaban sorprendiéndome abriéndome la puerta de acceso a sus secretos más atesorados.
Yo, contesto preguntas y curiosidades que muchas veces la otra persona desea saber sobre mí y sobre mi vida. Es entonces cuando se produce un clic y la magia de la intimidad se empieza a desplegar entre nosotr@s.
Tú eres tú y yo soy yo. Sin juicios nos abrimos a la intimidad.
Así es como de a poquito vamos entrando en intimidad, revisando todos los temas importantes que trae la persona, a su ritmo y según sus necesidades. Con el tiempo todos estos ingredientes que hemos ido cocinando durante las sesiones se van transformando en un rico caldo. Un caldo que la persona va degustando a sorbitos en su vida, en su día a día.
Y así es como un día de repente decide tener esa conversación con un ser querido que tantos años lleva postergando, se abre al amor después de una larga etapa de rabia y/o enfado o siente que sus relaciones son más auténticas y ahora puede mostrarse más. Casi sin darnos cuenta la dificultad a la intimidad se ha ido disipando. ¡Como por arte de magia aunque no es magia!
Agradezco muchísimo poder acompañar a cada persona a degustar su propio caldo, ese que vamos cocreando junt@s durante las sesiones. Desde mi butaca, me conmueve poder ser testigo de cómo esa cosa tan deliciosa se la llevan a sus vidas y a sus relaciones.