¿Has ido alguna vez al teatro? Hay algo solemne cuando se apagan las luces y se hace el silencio. Todo el mundo pone su foco de atención en el escenario, y eso crea una tensión en el ambiente que magnifica todo lo que ocurre sobre esas tablas.
¿Lo has notado?
Todo se siente como si tuviera un amplificador, el crujir del suelo, el roce de la ropa, las palabras de los actores, sus gestos, la luz y los colores. Todo parece magnificado, intenso, absoluto. Como si fuera la única cosa que está sucediendo en ese instante, en todo el mundo.
Yo diría que asistir a un proceso de acompañamiento es algo muy similar. Entras en la consulta, saludas al terapeuta, dejas tus cosas en algun sitio, te sientas y te acomodas. Y entonces te quedas frente a frente con tu terapeuta y todo comienza. Se abre el telón.
Nunca será como lo habías ensayado, y es ahí donde aprendes.
Dicen que en el teatro, por más que ensayes las cosas una y otra vez, nunca se sabe realmente lo que va a ocurrir en cada presentación. El foco, el público, el tiempo real, hace que un sin fin de detalles nuevos salgan a escena y cada función nunca es igual a la otra.
En terapia ocurre lo mismo. Por más que ensayes en tu mente lo que vas a decir, o por más que le hayas dado vueltas en tu cabeza a lo que te está pasando, una vez que se abre el telón y estás sentado frente a tu terapeuta, todo cambia.
De golpe ya no sabes qué decir y comienzas a hablar de cosas que te parecen absurdas en ese momento, o por el contrario, comienzas a decir todo aquello que tenías pensado, pero ves que al salir las palabras de tu boca, salen completamente diferentes.
No se oyen como las escuchabas en tu cabeza. Al decirlas a tu terapeuta de repente adquieren otro sentido, tu tono de voz dice otra cosa, tu cuerpo, tus sensaciones te hacen sentir que en realidad estás hablando de algo muy distinto a lo que te decías a ti mismo en tu cabeza, aunque las palabras sean las mismas.
Es la magia del escenario, del foco, de estar frente a un público que ahora es tu terapeuta. Y digo magia, porque es algo que escapa a tu control, que no tenías para nada previsto, pero eso que comienzas a sentir mientras hablas es exactamente lo que necesitabas ver.
La magia del escenario
Para mí siempre ha sido algo muy incómodo, porque de golpe ya no soy ese Carlos que en mi cabeza parecía muy elocuente. O este problema que tenía identificado y que me daba mucha rabia de golpe ya no me da rabia, ahora me da vergüenza.
Esta incomodidad es algo que intento tener en cuenta en mi consulta. Cuando mis clientes comienzan a hablarme de cosas importantes, procuro preguntarles cómo se sienten mientras me lo están contando, dando un espacio y una atención a esas sensaciones que parecieran ser contradictorias, para que ellos sepan que son bienvenidas y que no hay nada que temer. Al contrario, rápidamente se transforman en la trama que orienta toda la sesión.
Es precisamente en el encuentro con el otro, donde aparecen los aspectos que no podemos ver de nosotros mismos. Por eso cuando le damos muchas vueltas a un problema en nuestra cabeza, nunca llegamos a resolverlo realmente. Vamos de una idea a otra en un loop infinito y desgastante.
Una obra no puede existir sin su público
Y por su puesto, que esta obra llegue a buen término no depende solo de los actores que se encuentran en el escenario, que vienes siendo tú y tus circunstancias, tus problemas y vivencias. También depende de tener un público que la acompañe, o sea, un terapeuta.
Un terapeuta es como ese público que ama el teatro y lo vive con intensidad, que sabe de actuación, de obras. De la misma forma, el terapeuta se ha formado y dedica su vida a vivir una y otra vez estos encuentros mágicos en que se abre el telón y tú estas otra vez en el escenario.
Una obra no puede existir sin un público. Y de la misma forma, un proceso terapéutico no puede existir sin esa persona que está delante de ti escuchándote y siguiendo el hilo de toda la trama que se despliega en tu interior, para acompañarte en ese viaje.
En este sentido, el terapeuta no descubre las cosas por ti ni puede saber realmente qué es lo que tienes que hacer. El terapeuta tiene las herramientas para ayudarte a que llegues a descubrirlo por ti mism@. Solo así puedes transformarte en la verdadera directora o director de la obra de tu vida.
Un abrazo.
Carlos,