¡Hola hola! Hoy me paso por aquí para hablar de un tema que me fascina; las relaciones personales. Las relaciones familiares, profesionales, de pareja, de amistad… El mundo de las relaciones interpersonales es un tema jugosito jugosito y da para mucho, ¿verdad? No me enrollo más y entro directa en materia.
Yo no he hecho nada, ell@s tienen la culpa
¿Qué piensas si te digo que el 50% de lo que te pasa en todas tus relaciones es todo todito tuyo? Sí, sí, el 50% es tuyo y sólo tuyo. Piensa en un conflicto que hayas tenido recientemente con alguien. ¿Te visualizas en modo critiqueo con tus amig@s, indignad@ y a punto de explotar como una olla exprés mientras defiendes a capa y espada “tu verdad” y buscas un culpable? ¿O abres la puerta a asumir que en ese conflicto hay una parte que también depende de ti?
Como os comentaba en el último post, la mayoría de nosotr@s hemos crecido en un modelo dual donde solemos movernos muchas veces entre polaridades. O bueno o malo, o correcto o incorrecto, o culpable o inocente…
Pues bien, en nuestras relaciones volvemos a repetir exactamente lo mismo. En muchas ocasiones, y casi sin darnos cuenta, volvemos a caer en las arenas movedizas de la dicotomía. “Yo lo he hecho bien y tú lo has hecho mal”.
Y sí, como nos pasa con la mayor parte de cosas en la vida, necesitamos tropezar muchas veces con la misma piedra para aprender y empezar a hacer algo diferente a como lo hemos hecho hasta el momento.
De la culpa a la responsabilidad
¿Te has preguntado alguna vez cuántas veces has buscado culpables en tus relaciones? Por ejemplo, con tu familia o con tus amig@s.
A mí me faltan dedos en las manos para contabilizar las veces que he buscado culpables en mis relaciones personales. De hecho, aún hoy puedo sentir la fuerza de la indignación que sentía cuando tenía un conflicto con alguien.
Esa indignación se apoderaba de mí y me nublaba por completo. Cuando esto sucedía sólo veía “el error” del otro y era incapaz de ver cuál era mi parte en esa ecuación. En esos momentos el pensamiento único cogía el mando y se apoderaba de todo mí ser.
Era como si por segundos toda yo me transformara en mi dedo índice (alias “el juez”) y sin ningún tipo de autocrítica, acorralaba al otro contra la pared diciendo “TU, TU, TU, TU eres el único culpable”. Qué fácil era tirar mierda hacia fuera y no mirar mi parte del problema.
¿Dónde estaba en aquellos momentos mi 50%, mi parte? Me la imagino de retiro espiritual en la India tomándose un lassi de mango y diciendo: ¡sorry cariño, esto no va conmigo!
Fue un valiosísimo aprendizaje entender que en muchas ocasiones “lo que hace el otro conmigo” depende de lo que yo hago. Así fue como poco a poco empecé a observar cómo yo me relacionaba con cada persona.
Empecé a observarme en profundidad. ¿Qué solía hacer yo con cada una de mis relaciones? ¿Cómo me solía comportar con cada persona? ¿Para qué hacía X cosa con ciertas personas y con otras no? ¿Qué ganaba al relacionarme desde ese lugar? Porque sí, siempre ganamos algo haciendo lo que hacemos.
Así fue como, por ejemplo, pude ir observado un patrón que se repetía mucho en mi vida y que me dominaba completamente.
A menudo, ante una dificultad tendía a hacerme pequeñita y perdía mi fuerza personal. Me ponía modo llorona, pesimista y casi que todo lo que hacía era montar un drama o una pataleta (mí niña tomaba al mando). Con el tiempo, pude detectar como siempre se repetía el mismo patrón con ciertas personas (lloro, me quejo, me muestro desvalida, te justifico de mil maneras que no voy a poder…).
Me explotó la cabeza cuando entendí que lo que buscaba en el fondo era que la otra persona me solucionara el problema para no tener que hacerme cargo yo misma de él y así evitaba afrontar mis propias dificultades.
De forma inconsciente operaba en mi: “si me lo soluciona el otro (que sabe más que yo) será mejor”. Entregaba todo mi poder a la otra persona y me desvalorizaba completamente por miedo a tomar acción, miedo a actuar y equivocarme, o a que las cosas no salieran como yo esperaba…
La guinda del pastel fue comprender que poniéndome yo en ese lugar estaba “invitando” inconscientemente a que la otra persona cogiera un rol de “salvador”.
Boooooommmmmmm! Aquí me estalló la cabeza. No era que el otro me quería salvar todo el tiempo. Eso mismo era lo que yo estaba generando poniéndome en modo “pobre de mí”. Aquí es cuando mi parte del problema vuelve de la India y decide ponerse a trabajar.
Yo soy Yo, Tú eres Tú. La fuerza de lo humano
Qué importante en cualquier relación poder mirar profundamente dónde nos estamos poniendo, qué estamos haciendo, cómo nos estamos comportando y sobre todo entender el para qué. Una relación es una cosa de dos o de más y cada uno pone su 50%, así que es fundamental poder revisar con profundidad qué está poniendo cada una de las partes.
Cuando nos adentramos a vivir nuestras relaciones desde esta perspectiva, aparece la RESPONSABILIDAD y el RESPETO. Y aquí es donde, en medida de lo posible, cada uno se hace cargo de lo suyo pudiendo acoger cada cual sus propios temas; la neurosis, las dificultades, las heridas, y las vivencias que cada un@ llevamos con nosotr@s…
Lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo como dice el poema de Fritz Perls. Aquí los culpables se desvanecen y surge la fuerza de lo humano. Te veo con todo lo tuyo y tú me ves con todo lo mío. ¡Qué nutritivo construir nuestras relaciones desde ahí!
Obviamente, todo esto no cae del cielo como la lluvia, requiere de trabajo personal. Un trabajo personal que sana lo individual y lo relacional. Te animo a que puedas poner luz a tus relaciones y cierro este artículo con este precioso poema de Perls. Deseo que te guste!
Yo soy yo.
Tú eres tú.
Yo no estoy en este mundo para
cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres tú.
Yo soy yo.
Si en algún momento o en algún punto
nos encontramos
será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a mí mismo,
cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a ti,
cuando intento que seas como yo quiero,
En vez de aceptarte como realmente eres
Tú eres Tú y Yo soy Yo.
Fritz Perls
Con cariño,
Alba