Quizás (y muy probablemente) tus decisiones vitales te parecen un disparate, pero ahí estás, avanzando con ellas por la vida.

Y aunque tal vez te arrepientas de muchas de ellas, estoy seguro de que si pudieses escoger otra vez, volverías a hacer lo mismo, tarde o temprano.

Esto parece ser así porque no tomamos las decisiones desde nuestras largas reflexiones, si no que lo hacemos desde nuestras necesidades emocionales.

Ya lo demostró Antonio Damasio en los 90: primero tomamos nuestras decisiones de forma emocional y luego utilizamos los razonamientos y pensamientos para convencernos de esas decisiones que ya hemos tomado emocionalmente en primer lugar!

Pero la cosa es más jodida, porque no es que digas: “ha, me siento así y entonces decido esto”, no funciona así. Estas decisiones emocionales obedecen a patrones relacionales inconscientes, por lo que no te enteras de todo el proceso.

Simplemente lo experimentas como si fuera un proceso racional.Por eso tenemos la idea de que tomamos nuestras decisiones con la cabeza, cuando en realidad la cabeza sólo nos ha convencido de una decisión que ya habíamos tomado desde las vísceras.

Según el psicólogo Jonathan Haidt, este es el motivo por el que nos resulta casi imposible ponernos de acuerdo como sociedad, ya que utilizamos el pensamiento para defender elecciones emocionales en vez de razonar para encontrar soluciones.

Y el psiquiatra Fritz Perls (creador de la terapia gestalt) con una percepción muy aguda de este problema, llamaba “caca de vaca” a todos los pensamientos en los que nos solemos enredar, cuando la verdadera respuesta está en la emoción y nuestra forma de vincularnos.

¿Cómo podemos entendernos mejor desde un plano emocional?

No llegamos a este mundo solos, siempre ha habido alguien que nos ha cuidado y nos ha hecho de espejo para irnos identificando con la persona que somos hoy.

Y es en esas relaciones donde se configura todo nuestro mundo emocional, ese mundo que determina la forma en que te relacionas con los demás, las decisiones que tomas y los ideales que persigues.

Pero no somos conscientes de ello, simplemente nos pensamos en términos individuales cuando en realidad deberíamos pensarnos más en términos de relaciones.

Por ejemplo, es muy diferente decir, “siempre me estás criticando”, a decir: lo que has dicho me ha hecho sentir que soy un inútil.

En el primer caso nos enfrascamos en buscar un culpable individual, en el segundo estamos abordando la situación de forma relacional, tomando en cuenta lo que el otro dice y el cómo eso me ha hecho sentir a mí.

Otro ejemplo es decir: “no sé qué debo hacer”, en vez de decir: estoy bloqueado porque quiero hacerlo perfecto y así sentirme querido.

En el primer caso, te quedas en el vacío de respuestas, porque nadie va a saber 100% qué se debe hacer en una determinada situación. Y te quedas en un bloqueo.

En cambio en el segundo, cuando entiendes que tu bloqueo viene por la necesidad de ser perfecto para los demás, entonces puedes cuestionar esa creencia y abrirte a comprender que nadie te dejará de querer si lo haces mal. Esa tranquilidad te permitirá tomar una acción porque ya no necesitas que sea perfecta, saliendo así del bloqueo.

Liberarse del rancho de las fantasías y del juez implacable.

Entendernos desde la relación nos libera de dos grandes malhechores que suelen estar siempre dando vueltas por donde acecha el sufrimiento humano: El espejismo de nuestras fantasías individuales y el Juez que nos responsabiliza de forma exclusiva por todo lo que nos ocurre.

En el rancho de las fantasías puedes creer que tú eres una persona fantástica y el problema lo tienen los demás, lo cual te impide responsabilizarte de lo que ocurre. Y por el contrario, el juez que te responsabiliza en exceso hace que siempre te sientas mal contigo y no te des la oportunidad de mejorar las cosas.

Hay personas que tienden más a uno que al otro, o alternan entre los dos, pero el caso es que en ambos casos ocurre lo mismo: no consigues ver con claridad tus patrones emocionales, impidiendo que puedas hacer algo con ellos.

Cuando detienes tus discursos internos y te paras a observar lo que te ocurre en la relación con el otro, entonces comienzas a obtener pistas muy valiosas sobre esas emociones inconscientes que están ocultas detrás de tus decisiones.

Así es como puedes comenzar a cuestionar de verdad todos esos argumentos que te hacen dar vueltas como una rueda de hamster, para comenzar a ver las cosas desde otra perspectiva y comenzar a dar pasos en una nueva dirección.

La terapia es una relación que te ayuda a mirarte en tus relaciones

La terapia es un proceso relacional y no una clase magistral, porque las cosas que te afectan en lo profundo no se arreglan con las palabras de un experto, si no que se van reconociendo poco a poco en la relación con el terapeuta.

No es un trabajo fácil, porque requiere enfrentarse a lo desconocido y a la posibilidad de sentir emociones que te pueden causar un profundo rechazo.

Pero vale la pena abrirse a ellas porque incluso el dolor es preferible al sufrimiento que nos causa vivir envueltos en fantasías frustradas o en un permanente autoreproche.

Es un trabajo que además toma tiempo y paciencia, porque vernos en la relación con el otro despierta todas nuestras defensas emocionales. Defensas que nos ayudaron a gestionar nuestro mundo emocional de pequeños, pero que ya no son adaptativas en la madurez.

Esas defensas van bajando poco a poco en la medida de que hay un buen vínculo y confianza con el terapeuta, por lo que es un proceso que toma tiempo y para cada persona es diferente.

Si consigues atravesar todo eso, comienzas a verte. Y si consigues verte, puedes aceptarte.

Esa aceptación profunda de uno mismo es lo que nos ayuda a estar en paz con lo que somos y con las personas que tenemos al lado, haciendo que la vida deje de ser un campo de batalla y comience a ser un campo más orgánico y creativo.

Un campo donde puedes comprenderte mejor y liberarte de dinámicas relacionales inconscientes que te atrapan en el malestar, abrazando los desafíos de la vida con una actitud más abierta.