Dejar una relación nunca es algo sencillo, por algo las relaciones de pareja en general se han transformado en uno de los temas favoritos de los artistas, los historiadores, la religión o el marketing.
Y para hablar de un tema que da para tanto y sobre el cual se puede profundizar desde tantas perspectivas diferentes, quiero enfatizar tres aspectos centrales que he observado en mi propia experiencia como terapeuta, en mis amistades y también como ex-pareja.
En mi caso personal, cada vez que se asoman los primeros pensamientos de romper la relación, me poseen episodios de angustia que yo podría describir como un desgarro irracional en el que, a juzgar por los síntomas: ansiedad, confusión, disociación y hasta pérdida del juicio de la realidad, pareciera que de ello dependiera mi vida.
Recuerdo largas conversaciones conmigo mismo en el baño, cuya desesperación solo podía cortar metiéndome a la ducha con el agua bien caliente.
Y esto no sólo me ha ocurrido a mí, lo más probable es que a tí también. Y no sólo a nosotros dos, también a nuestras amistades, a los personajes de innumerables novelas y a los compositores de innumerables canciones.
Pero no se trata de un asunto de vida o muerte. Nadie ha muerto a causa de dejar una relación de pareja. Aunque así se siente a veces y ese es el primer punto del que te quiero hablar.
La muerte psicológica.
Una ruptura es algo así como enfrentarse a una muerte psicológica. Esto es así porque la pareja es una parte muy importante de nuestra existencia.
A través de la pareja conseguimos alcanzar un trocito de paraíso en un mundo que a veces da demasiado frío, donde el sinsentido y la crueldad son pan de cada día. El amor le da sentido a nuestras vidas y encontrar a alguien que nos acompaña en la intimidad nos hace recuperar un sentimiento de pertenencia que convierte al mundo en un lugar más seguro y valioso.
Aceptar que ese amor se termina, que esa persona dejará de estar a nuestro lado, nos enfrenta a la tremenda angustia de tener que sumergirnos otra vez en ese mundo solitario y complejo. Donde un trozo de mí deja de existir porque una parte importante de mi intimidad se va con esa persona.
Quizás uno podría decir que esto que digo no cuenta para las personas que dejan una relación para embarcarse en otra. Pero es que muchas personas hacen esto porque precisamente el tener a otra persona nos permite soltar la anterior relación con la fantasía esquivar ese desgarro existencial.
Lo mismo ocurre cuando uno deja una relación sin madurar la decisión. Es como un salto impulsivo, una reacción contrafóbica en la que la persona se arroja de cabeza contra aquello que le causa terror, una acción temeraria cuya finalidad es poder atravesar aquello que da miedo y pasar página rápidamente, distrayéndose en nuevas cosas.
Ninguna de estas alternativas es recomendable. Cada vez que cortamos una relación sin enfrentarnos al dolor de la pérdida, inconscientemente estamos aceptando la idea de que las pérdidas son demasiado dolorosas y no podremos soportarlo.
Y esta idea inconsciente nos hace vivir en una angustia permanente, porque en la vida hay muchas ganancias, pero también muchas pérdidas. La vida en sí es una eterna danza donde la muerte y la vida se alimentan recíprocamente una de la otra y aprender a gestionar la muerte o la pérdida es fundamental para aprender a gestionar la propia vida.
Pasar del niño al adulto
El psicoanálisis (y varias teorías psicológicas que vinieron después de éste) dice que en la relación de amor se da un retorno a la psiquis de nuestro yo-niño, cuando se encontraba en un estado de simbiosis con la madre. En ese estado, la madre (o la persona que nos cuidó) cubría todas nuestras necesidades de forma más o menos exitosa.
Nos daba la leche cuando teníamos hambre, nos cantaba cuando teníamos frío, nos calmaba con sus canciones cuando teníamos miedo… Esa relación en la que nuestras necesidades siempre terminaban por cumplirse nos hacía sentir que el mundo era un lugar seguro.
Esto cambia en la adultez. Con el tiempo nos damos cuenta de que la vida no siempre va a atender nuestras necesidades y que las cosas que conseguimos no siempre están aseguradas. Eso genera mucho miedo y mucha ansiedad.
Cuando llega la adultez y encontramos una pareja que se preocupa por nosotros, que nos quiere, que nos acaricia, que nos cuida, que nos genera excitación física, es como volver a ese vínculo tan estrecho y tan tranquilizador que era el vínculo que tuvimos con la persona que de pequeños nos mantuvo con vida.
El recuerdo de esa seguridad infantil queda atada a la pareja y por eso nos genera tanta ansiedad perderla. Inconscientemente se activa la angustia de muerte que experimentamos de bebés cuando perdíamos de vista a quienes nos cuidaban.
Por eso es tan irracional y por eso nos cuesta tanto controlarla y hacerle frente.
Hacernos conscientes de esto es importante cuando estamos en una relación de pareja porque nos ayuda a entender cuáles son los mecanismos infantiles que nos mantienen enganchados a esa relación, incapaces e impotentes de poder tomar una decisión desde el adulto.
Un adulto capaz de evaluar la situación con perspectiva, que puede decir qué es lo que quiere, que es lo que necesita, capaz de proyectarse hacia el futuro y de ver si las bases que sostienen la relación son fuertes o no.
O dicho en términos más simples, un adulto capaz de ver si la persona que tiene al lado realmente es la persona con la que quiere vivir su vida.
En la terapia siempre me llama la atención lo difícil que nos resulta romper una relación. A veces las personas se van de mi consulta muy determinadas y las veo volver a la sesión siguiente con más dudas que nunca, para volver a repasar una y otra vez los mismos conflictos y sentimientos.
Es un ir y venir constante que poco a poco va tomando forma hacia una decisión. A algunas personas les toma menos tiempo que a otras, pero a todas las he visto dar vueltas unas cuantas veces antes de dar un paso, ya sea hacia la ruptura o una conversación difícil que lleve a la reconciliación.
En ese contexto las sesiones de terapia funcionan como un centro al cual la persona vuelve una y otra vez para encontrar espacios donde poder liberarse de estos apegos viscerales, para irse encontrando cada vez más con la tranquilidad y la confianza que le permita tomar una buena decisión.
Cerrar
El deseo de cerrar bien una relación que se termina no solo es humano, también es sabio. Hay algo en la naturaleza humana que nos hace prestar atención a los cierres de las cosas.
Cuando algún asunto no queda bien cerrado, nuestra psiquis se queda atascada. Sin quererlo, recordamos una y otra vez a esa persona, que incluso se nos puede colar en sueños, lo cual puede ser una clara señal de que hay algo por resolver.
Como dice C.G.Jung “Aquello a lo que te resistes, persiste”, en alusión a que todo aquello que intentamos evadir o que no está resuelto, vuelve a través de nuestro mundo psíquico, arrastrándonos a un malestar permanente.
Ahora bien, cuando digo cerrar bien por favor no te lo imagines todo de color de rosas, donde todas las partes quedan en paz y felices. Sobre todo cuando no solo está en juego el bienestar de la pareja, sino que también hay hijas, hijos y el cariño de las familias de cada uno.
Precisamente por eso cerrar no es fácil. La ansiedad que esto nos provoca y la dificultad de sostener una conversación honesta, hace que muchas veces cerremos de forma abrupta o poco clara.
Cuando se da la posibilidad de tener un cierre donde ambas partes aceptan la situación, tener una conversación clara e íntima permite a ambas partes sentirse mejor con lo vivido y salir fortalecidos. Y en el caso de que existan hijos, permite construir cimientos sólidos para la nueva relación que les espera como padres que ya no son pareja.
También permite hablar de cosas que inconscientemente estaban censuradas dentro de la relación. Así ambos pueden abrirse a confesar sus miedos, sus quejas, sus deseos frustrados y llegar a una visión más objetiva de la relación.
En ese contexto, podemos adquirir mayor claridad sobre lo que funcionó y lo que no, sobre cómo mi forma de ser afectó al otro, sobre interpretaciones erróneas que hice de mi pareja, o sobre las dinámicas y los malentendidos propios de una relación. Todo esto nos ayudará en una siguiente relación.
Pero como decía, no siempre quedamos bien con la ex-pareja. A veces las rupturas dejan mucho enfado, impotencia e incomprensión, especialmente cuando una de las partes no lo quiere aceptar. Después de todo las rupturas duelen.
En estos casos, aún si tu ex se niega a hablarte y con suerte no lanzó tu ropa por la ventana, hay cosas que puedes hacer para que al menos tú sí puedas cerrar ese capítulo de tu vida.
Hacer un repaso honesto de la relación y de uno mismo, es una buena forma de evitar caer en los mismos errores en el futuro y también nos ayuda a comprender mejor la reacción de la otra persona y estar en paz con ello.
Si eres tú quien siente no quiere saber nada de tu ex, quizás tienes tus buenas razones y no hace falta que hables con esa persona si no quieres. Pero al menos intenta conseguir estar en paz con esa relación que se fué o que decidiste echar de tu vida.
¿Cómo? No me atrevería a darte una receta, esto es algo demasiado personal que podrías trabajar en terapia o ver tu propia forma de hacerlo, una que te haga sentir bien. No intentes “hacerlo bien”, hazlo para tí.
Sea como sea, tendrás la tranquilidad de haber cerrado internamente la relación y esa tranquilidad es igualmente fértil para las relaciones futuras.
Retomando la frase de Jung, hay algo que se tranquiliza en nosotros cuando nos entregamos de buena manera a lo que nos pide nuestro interior, aún cuando los resultados no sean los que esperábamos.
Es curioso que esta tercera parte del artículo sobre los cierres, se ha extendido más que el resto. Solemos pensar en los cierres como el broche final, los últimos minutos de la película. Pero lo cierto es que muchas veces no es así en las relaciones.
Los cierres tienen una complejidad y una extensión mayor de lo que uno se puede imaginar, tal como me ha ocurrido aquí!
En resumen…
Enfrentar una ruptura amorosa requiere por un lado soltar los miedos infantiles de aniquilación que nos provoca esa separación, requiere de una madurez donde podamos responsabilizarnos de la situación como un adulto y también requiere de aprender a cerrar la relación, quedando en paz con lo vivido en ella.
De esta forma, esa relación puede ser integrada de forma significativa en nuestra vida.
Desde un punto de vista práctico nos permitirá escoger con mayor consciencia y mayor libertad a la próxima pareja y nos ayudará a tener más herramientas para gestionar una nueva relación.
Y por un lado más existencial, hace que nuestra vida tenga más sentido. Cerrar con consciencia nos ayuda a tener mayor consciencia de nuestra propia vida, nos ayuda a conocernos mejor y a valorar lo que hemos vivido.
También nos ayuda a perderle el miedo a las relaciones, porque sabemos que si llega un final, podremos afrontarlo. Y como la vida es un ir y venir de diversas relaciones, tener confianza en nuestra capacidad de cerrar nos ayuda a confiar más en la vida.